8 de junio de 2010

CUENTO x ceci Fogliatti

Abrí la puerta y el sobre estaba en el piso. Casi amarillo y sin sello postal. Con letra cursiva decía sólo mi nombre y estaba cerrado. Al agacharme para levantarlo, sentí ese tirón en la cintura que me recordaba los casi 60 que habían transcurrido. Fui hasta la cocina a dejar las compras y me encontré con la notita de Marta que aseguraba haber limpiado la biblioteca a fondo, como le había pedido. ¡Tantos libros! Tantas palabras, historias, comas y pensamientos que, de alguna manera, estaban dentro mío después de leerlos. Curiosamente sentí que, no sólo había desaparecido
 el polvo de cada uno de ellos, sino también de mi memoria y, como un ejercicio vital, reaparecieron viejos títulos y queridos autores en mi mente, mientras acomodaba prolijamente las latas, en alacena.
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Sonó el teléfono y después de combinar con mi nieta para el sábado, busqué agua para regar mis queridas plantas. Ya en la habitación me enfundé con mi vestido azul y junté la ropa para lavar y, de camino al petit lavadero, encendí la compu. Mientras se iniciaba me fui a preparar té y volví a ver el sobre casi amarillo sobre la mesa. Me resultaba extraño que, con la tecnología actual, alguien se tomara el trabajo de escribir algo a mano.
Con la taza y la carta, me fui a instalar frente a la PC. Tenía varios e-mail y me dispuse a abrirlos: una cadena de oración de Matilde, una publicidad que se había filtrado, el diario digital, mi hijo agradeciendo la tarjeta electrónica que le mandé para su santo y... mi arcano diario que decía: "recibirá gratas noticias del pasado que le cambiarán su vida". El corazón me dio un vuelco e inmediatamente tomé el sobre y lo abrí. Confieso que, por la falta de costumbre, rompí un poco el papel de adentro.                                                          
"Cariño: espero tu llamado. Anhelo que nos podamos ver pronto. Te he extrañado demasiado. Me encontrás a partir de las 22 en el número de siempre. Manuel"                                                                                    
No sólo me temblaban las manos, sino el corazón. "Manuel!!!" , repetía en voz alta una y otra vez... Miré el reloj y faltando algunos minutos para la hora indicada, tuve que beber un sorbo de agua para que mi voz se aclarara. No tuve que bucear mucho en mi memoria para que su número apareciera: marqué y después de varios rings, su voz en una grabación indicaba: dejame tu mensaje por favor, gracias.
Tragué saliva y dije: Hola Manu, recibí tu mensaje, te parece encontrarnos mañana al medio día, en el lugar de siempre? .
Apenas corté me arrepentí de cómo le había dejado el mensaje. No sabía si él iba a poder a esa hora o si recordaba cuál era nuestro lugar. Me pareció que mi voz había salido mal... ¿qué iba a pensar él al escucharme tan nerviosa?. 
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Fue la noche más larga de mi vida. Muchos juegos de cartas virtuales después, decidí irme a recostar. Ya en la cama las imágenes aparecían como en una película. Una tras otra se iban sucediendo y apareció hasta su perfume. Las preguntas eran tantas que se superponían de tal manera, que se me hacía imposible acomodar alguna respuesta. Eran los mismos interrogantes sin respuesta que surgieron cuando desapareció de mi vida. Habían pasado veinticuatro años. Todo un ciclo de vida sin saber de él. En ese enredo entre ese pasado y este presente, cerré los ojos al aparecer la primera claridad por mi ventana.
Me despertó el sol sobre en mi rostro. Los números del reloj indicaban que me quedaban sólo dos horas para ese reencuentro. Al pintarme, observé la imagen que me devolvía el espejo y no pude dejar de pensar los cambios que habían sucedido en mí, con tantos millones de minutos vividos, pero en ese momento no me sobraba ninguno para contarme las arrugas.
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A medida que me acercaba a nuestro barcito, la respiración se aceleraba y, al virar la esquina lo vi. Ni su pelo blanco ni su porte menos erguido impidió que lo reconociera. Ahí estaba y, a medida que me acercaba, apareció lo que más extrañaba de él: su sonrisa. Se levantó y me abrazó con ternura. Sentí que se frenaba el mundo y que se acomodaba en mí el alma. Sin decirnos palabras, llamó al mozo y le pidió mi bebida: "Tónica con limón y hielo". Nos miramos y reencontramos sin prisa. Recién cuando el mozo se fue, balbucié: "Vine por la carta".
Y cuán fue mi sorpresa al ver su rostro extrañado preguntándome: "¿Qué carta?". Todo se puso oscuro.
Mis pensamientos aturdidos me impedían moverme y articular palabra alguna.
Tomé un trago largo de tónica.
Él me miraba con la ternura de siempre, pero en silencio.
No sé muy bien cuánto tiempo pasó en los relojes, pero en mí no pasaban ni  los segundos.
"¿Qué carta mi cielo?", repitió con su entrañable voz...
Abrí la cartera y saqué el sobre amarillento. Timidamente se lo acerqué.
Al tomarlo se sonrió y, mientras la abría, una sonora carcajada rompió el silencio.
" Pero cariño!... ¿recién ahora diste con esta carta? ¿Acaso nunca más retomaste el libro que leías por entonces?". Sus ojos nublados por una tristeza profunda,  borró su sonrisa y, tomándome las manos temblorosas, agregó: "Te la dejé marcando la página que habías dejado doblada... hace 24 años, 4 meses y 9 días..."
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Otra de REP (excelenteee!!!)

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