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... tardecita en Natal, Brasil. Jornada en los médanos. Felicidad extrema al experimentar el viento hirviendo mientras me deslizaba con una madera por la cima de esa arena blanca hacia un lago transparente que, como un manantial, reflejaba mil colores al verlo. Su agua pura y fria empapaba el ardor y era el éxtasis. A la vuelta, pedimos ir a algun lado a tomar algo helado. Ni un cartel, pero encontré la cerveza más fría que mi paladar saboreó nunca. Y ahí estaba: éste hombre con galera y de un blanco reluciente, jugando al pool en medio de la selva brasilera. No dijo una sola palabra, pero me extendió el palo y acepté. Nadie imaginó, de los presentes, que podía ganar. Fue la mayor gloria, no por ganar, sino por tener el gusto de ser felicitada por los ojos más profundos del mundo. (1993) .-
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