19 de julio de 2010

"Mi BOSQUE"

“La amistad es como un árbol: hay que regarla, sino no crece”.
Esa fue la frase que nos dijo Marilyn, una psicopedagoga de la escuela a un grupo de 4 preadolescentes que buscábamos el significado profundo de la vida que empezábamos a transitar con nuestros pies.
Nunca la olvidé.
Y sobre la base de esa frase es que construí mi propio bosque.
Y me siento afortunada y privilegiada de poder decir, 37 años después, que a mí me faltan dedos
de las manos, a la hora de contar los árboles de mi bosque.
En cada tramo de mi vida se sumó un árbol diferente al que quiero y respeto, tal cual es, y que invariablemente está en mi mente y mi corazón. Y, sin entrar en la frialdad de los números, con cada uno de ellos, tengo la misma conexión y contacto, que cuando la vida hizo que camináramos juntos algún tramo de mi vida.
Siempre están presentes: me preocupa saber cómo están. Y, si bien a veces las urgencias cotidianas y/o la distancia, hacen que la frecuencia entre una y otra comunicación sea más espaciada, a través de Internet, celular/teléfono o señales de humo, retomo el contacto.
En cada una de estas comunicaciones me alegro y emociono con cada uno de sus logros, me entristece y lloro con cada tropezón o revés de la vida, río con ellos/as con los pequeños reveses que viven, me sumo a sus preocupaciones, me revelo con las injusticias vividas… escucho, escucho y me escuchan. Estoy.
Cada uno de ellos son mi sostén. Un batallón de seres que adoro y que me aceptan tal cuál soy. Que acepto tal cuál son.
Son espejos de mi alma, voces que hacen emerger lo mejor de mí. Hombros donde me apoyé en las malas, y brazos que sostuvieron mis mayores alegrías.
Hay algo que tiene en común: el respeto. Respeto por mi manera de pensar, por mis elecciones y, sobre todo, porque me dan su amistad sin pedir NADA a cambio.
Son reglas básicas para que cada una de esas amistades perduren en el tiempo.
Tengo recuerdos imborrables de cosas vividas juntos: charlas hasta el amanecer, carcajadas hasta llorar, silencios compartidos, miradas cómplices, abrazos sinceros, confesiones inconfesables, anécdotas a montones…
Muchos ya no están, en 47 años de vida son varios/as los que engrosaron la lista de “mis muertos”, pero cada uno de ellos están presentes como el más vivo.
Pocos quebraron pactos profundos (egoísmos, envidias, conveniencias, mezquindades, etc.) lastimándome y dejaron en mí un enorme hueco repleto de preguntas sin respuestas, de dolor y de impotencia por no haber descubierto a tiempo que no hablábamos el mismo idioma, quedándose en un pasado sin retorno.
Pero volviendo a los árboles que adoro, ninguno se parece. No todos se conocen. Y no podría jamás realizar una lista y colocar a uno en primer o quinto lugar…
Cada uno está. Es. Ocupa un espacio inmenso e infinito en mi vida. Porque lo que yo aprendí viviendo, es que nunca el amor es mezquino y, mientras más se da, más hay para dar. El amor se retroalimenta y es como un manantial sin fin.
Apuesto a la amistad el 100%, así lo hice siempre. Y celebro y brindo con y por cada uno de los árboles que conforman mi bosque desde el corazón, desde el alma.
Les debo ese abrazo fraternal que, seguramente, nos daremos en el próximo encuentro o reencuentro que tendremos.
Y si te llega este mensaje y hace bastante que no me contacto con vos?
Sabelo: sos parte de “MI BOSQUE”.


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Otra de REP (excelenteee!!!)

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