MIS RULOS
(rebeldía al viento como
bandera)
La relación pelo/mujer es estrecha. Es el adorno natural que
nos realza más que cualquier alhaja. Por ello nos cuidamos tanto y estamos tan
pendientes de sentirnos más bellas cada vez que nos hacemos algo. Y es por eso
que necesitamos que, al ir a la peluquería, ese ser a quien le depositamos
nuestro tesoro, sepa interpretar lo que queremos que nos hagan, aunque no
siempre sepamos comunicar exactamente en palabras, la imagen que tenemos internamente
de cómo queremos quedar. Ese ser, llamado de diferentes maneras: coiffeur, estilista, peluquero, etc… debe saber que si lo que le pedimos es
imposible de lograr, sea porque no tenemos el tipo de pelo o el corte de cara o
lo que sea, tiene la obligación de decírnoslo y sugerir algo más acorde a lo
que él ve como especialista en pelo, al menos.
Pero pareciera que nuestras cabezas pasaran a ser parte de su
entrenamiento y que con ellas fueran probando técnicas que aparecen en las
revistas o en internet en algún: “paso a paso” de youtube.
Cuando cumplí mis 50, decidí cortar mi larga cabellera llena
de rulos porque ya me era incómodo
teñirme y hasta lavarme, pero sobre todo porque no me gusta el cabello largo en
mujeres de más de 45 años y, después de mucho ver en la calle y en internet, me
decidí por un carré, hasta los hombros.
No me quedó mal, pero no me sentí identificada, sobre todo porque mis
rulos casi no se formaban. Aún sin saber muy bien el motivo, el cabello comenzó
a crecer mucho y, ese carré se volvió a transformar en una cabellera larga,
pero esta vez casi sin rulos, por lo que ahora tenía doble motivo para buscar
un corte que fuera más con mi edad y que, además, hiciera que mis adorados
rulos volvieran. Tenía una vaga idea de
cómo quería que me quedara mi melena, pero no estaba segura de poder trasladar
en palabras que se entendieran. “Un carré arriba del hombro, no tan aburrido, sino desparejo…
con algunas mechas largas”, fue la manera más exacta que encontré en
describir este corte. Contenta con mi descripción, salí a buscar quién hiciera
esa transformación. Sabía que debía
buscar a alguien que no hiciera sólo cortes tradicionales, puesto que corría el
riesgo de que no entendiera exactamente el grado de “desparejo” que yo
quería. Así me fui asomando en distintas
peluquerías y mirando las caras de los peluqueros, deseando, creo, que algo
mágico me señalara al genio o genia.
Entré a una casa
reciclada, muy de onda en un barrio muy de onda, donde vi que los 5 seres que estaban ahí, tenían
alguna transformación en sus propias cabezas, que, de estar más atenta, me
hubiera dado cuenta que era muy extremo para mis aspiraciones. Entré y las
sonrisas me ofrecieron café y me hicieron sentar hasta que llegó quien parecía
el jefe, mientras los otros miraban sobre su hombro al espejo y, comenzó a
tocar y despeinar mi cabeza y mis rulos como si fueran un diamante en bruto a
pulir… (y cómo no, pensé después, si en
mi cabellera larga eran posibles miles y miles de experimentos???). “Quiero un carré arriba
del hombro, no tan aburrido, sino desparejo… con algunas mechas largas”,
dije decidida e inmediatamente después, traté
de tomar contacto visual para saber si él había captado lo que yo quería
en mi cabeza y, como si hubiera entrado un rayo de alguna parte, sentí que él
era ese genio que lograría hacerlo!!! . Él, escuchándome serio, seguía
estirando mis rulos y afirmaba con la cabeza mientras decía un gutural: “ajam,
ajam”, Suspiré hondo, busqué de nuevo su contacto visual y, al lograrlo, le
pregunté cuánto me saldría esa transformación. A la semana llamé para pedir
turno y una grabación decía que estaban reformando el local y que llamara en
tres semanas. Por un instante lo tomé como una señal, pero después me olvidé y
a las tres semanas ya tenía turno y estaba feliz.
Cuando llegué me atendió el mismo jefe que había hecho el
estudio de campo y me dijo que esperara. Otra vez las sonrisas me ofrecieron
café y me hicieron sentar, pero en vez de acercarse el jefe, vino el de la
cresta verde y, cuan gurú, tomo mis manos y me preguntó que quería.
Desorientada del cambio de “genio”, busqué con intensidad en mi memoria el
spich de mi corte y, con dificultad lo encontré y se lo dije: “Un carré arriba
del hombro, no tan aburrido, sino desparejo… con algunas mechas largas”.
Mucho pelo por aquí y por allá… algunos rulos en el suelo… y al ver su navaja en sus manos? Temblé… ya
la había usado y yo no me había dado cuenta!!! , me secó el pelo con aire
caliente y frío, a pesar de que yo le había dicho que nunca lo hacía porque se
me explotaba y me puso un especie de gel para peinar. El espejo me devolvía una
imagen distinta a la que yo imaginaba como final, pero no me pareció tan mal…
hasta que llegué a casa y pude ver cuán
distinto era lo que yo le había pedido!!!! Aún no tengo claro qué es lo que
este gurú de cresta verde entendió de mi spich… creo que sólo escuchó desparejo
y mechas largas: tres largos, más que desparejos… tres mechas ralas, largas y
horribles atrás, contrastaban con las mechas de menos de 30 cm en la nuca.
No lloré. En otro momento de mi vida, éste corte hubiera
sido motivo de mi suicidio. Hoy me río, qué más? Por suerte el pelo crece y,
mis rulos bellos, saben cómo acomodarse y disimular y tapar y embellecer lo
imposible…
Limpié mi humilde tijera y luego de ponerme kilos de crema
enjuague, tiré todo el pelo hacia adelante y apliqué una incisión certera y con
muchísimo amor.
Mis rulos: cortos/largos, sueltos/ atados, claros u oscuros
son libres y llevan, sin prejuicios, mi rebeldía al viento como bandera.
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